A la larga y creciente lista de futuros
problemas derivados del cambio climático, podemos añadir hoy una nueva:
relámpagos, muchos más relámpagos. Un trabajo publicado esta semana por la
revista Science logra
predecir la cantidad de relámpagos en una tormenta a partir de tan sólo dos
variables y, además, vaticina un aumento considerable de la actividad eléctrica
provocado por el aumento de la temperatura global en este siglo.
El número de relámpagos -los que van de cielo
a tierra- sufrirá un incremento del 12% por cada
grado centígrado más en la temperatura media del globo,
alcanzando en el año 2100 un 50% más que en la actualidad. Una previsión
meteorológica digna del Capitán Haddock que puede complicar los incendios
forestales y trastocar la química atmosférica.
¿Por qué hay tormentas, igualmente suaves o
de idéntica violencia, que sin embargo tienen diferente actividad eléctrica?
Para ello, debemos entender primero qué causa los relámpagos. «Lo primero que
necesitas es agua en tres fases al mismo tiempo: líquido, vapor y sólido, o sea, hielo. Y lo segundo que
necesitas es que las corrientes [de aire] hacia arriba sean lo suficientemente
fuertes como para sostener el agua y el hielo [en la nube]», explica a EL MUNDO
David Romps, autor principal del estudio y profesor asistente del Departamento
de Ciencias Planetarias y de la Tierra en la Universidad de Berkeley,
California.
El modelo de Romps y sus colaboradores, para
predecir cuántos relámpagos habrá en una zona concreta, multiplica dos variables muy conocidas en la meteorología: las precipitaciones y el
CAPE [Energía Potencial Convectiva Disponible, por sus siglas
en inglés]. La medida de las precipitaciones no es nada nuevo, se obtiene
combinando lecturas de radar y de estaciones meteorológicas en todo el
territorio.
El CAPE da una idea de lo rápido que una nube
se elevará y se obtiene sin necesidad de esperar a la tormenta, a partir de
datos de humedad y temperatura atmosféricas gracias a los datos de una masiva
colaboración de científicos que en más de mil puntos de la geografía
norteamericana liberan dos veces al día globos meteorológicos.
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